jueves, marzo 07, 2013

Rigoberta Menchú

Vengo de un mundo en el que siempre tuve comida en la mesa, dónde los padres luchan por que sus hijos tengan una comida equilibrada.Dónde nuestros armarios están llenos de ropa, más cara o menos pero la variedad no falta.Dónde nos aburre estudiar,dónde los adultos trabajan sus horas establecidas y no más.Dónde quizá no con los mejores salarios,según nosotros, podemos hacer algún extra y veranear unos días en algún lugar diferente, cambiar de aires.
Digamos que vengo de la sociedad del bienestar, una expresión que si no sales de ese mundo no percibes muy bien dónde está ese bien estar.

A veces algo te “contamina” y te hace ver otro mundo, puede ser una mirada en la calle, aunque somos muy buenos en no mirar demasiado aquello que nos puede alterar.Puede ser unas imagenes en la televisión, aunque muchas veces nos dejan tan fríos como la cerveza que esta en nuestras manos.Puede ser una canción, un libro.

Uno de esos agentes contaminantes que en mi caso me hizo reflexionar fue un libro, normalmente suele ser por esta vía que puedo ver el mundo desde otra perspectiva, quizá porque puedo reflexionar, parar la lectura, pensar mientras leo, no lo se.
Este libro me mostró la vida de una persona, una vida de lo más común, una vida dura.Me conmoví­a ver lo diferente que era su existencia, cada momento de su día,era una vida difícil según mis patrones.
Desde que ella era bien niña sabía de dónde llegaba la comida, muchas veces era ella quien la cultivaba y recogía, o bien tenía que trabajar bien duro para tener una comida miserable que llevarse al estomago.

Sus horas de trabajo eran interminables, estudiar en su vida era un lujo, algo inalcanzable.
Mientras leía su historia me preguntaba hasta que punto alguien como yo podía entender a alguien como ella, y si ella podría entenderme a mi.Me daba la impresión que vivíamos en planetas distintos.
Igual que hay miles que viven como yo, hay más todavía que viven como ella, en dos mundos que parecen condenados a no entenderse.

Después    Creo que alguien que viene del mundo de donde yo vengo le es muy difícil acercarse a esa forma de vida, si lo hacemos es con cierta condescendencia, nos acercamos como un adulto habla con un niño.Una quiere pensar que tiene una mente abierta, que ha visto algo de mundo, pero esa mente abierta quizá no esté preparada para ver este otro mundo que hay en la trastienda del mio.

Curiosidades de la vida en un aeropuerto de paso, la vi, a esa mujer que con sus palabras sencillas me hizo asomar la cabeza a su vida.Vencí mi timidez habitual y la saludé.Ahora era una mestiza, estaba a caballo entre su mundo y el mio.Fue amable y muy suave su saludo pero su mirada era otra cosa, era la mirada de los que pertenecen al otro mundo.Ahora jugaba con nuestras armas para intentar que su mundo y el mio se acercaran un poco más.
Solo espero que ella nos contamine más a nosotros que nosotros a ella.

miércoles, marzo 06, 2013

MIRADAS

Desde que puedo recordar, los mecanismos de automación y yo, no tenemos “feeling”.Quizá debido a eso tuve que desarrollar un sistema para abstraerme de las curvas tomadas con mucha rapidez,del olor a tapicería,de los frenazos bruscos, de compañeros de viaje incómodos. 
Independientemente de las inclemencias del tiempo, yo intento que la ventanilla este siempre bajada, aunque sea solo lo justo para sacar la mano y que me de el aire en alguna parte del cuerpo.Lamentablemente desde que el aire acondicionado llegó de forma avasalladora para facilitar la vida de viajeros, a mi me la complicó sustancialmente.
 
A si pues para mitigar todos estos inconvenientes tuve que desarrollar la observación meditabunda a través de las ventanillas, ya sea de coches, autobuses, trenes,los aviones no los incluyo, la visión que ofrecen es muy aburrida.
Esta “observación” me lleva a un estado diferente, el silencio se acomoda conmigo, mi mirada se acomoda a la ventanilla.
 
Cuando delante de mí empiezan a discurrir paisajes nuevos, mi mirada viaja como un ave, libre como la brisa.
La cosa cambia, sin embargo, cuando los trayectos son rutinarios, mi mirada cae sobre los mismos objetos, una y otra vez,sin saber por qué unas cosas llaman más mi atención que otras, pareciendo que sigo un ritual a la hora de dedicarles mi tiempo, aunque sea solo por unos segundos.
 
Son de estas pequeñas cosas que no suelo compartir con nadie, de hecho cuando he tenido que compartir espacio con personas que no paran de verbalizar cualquier menudencia que observan, agitan mi propia observación, siendo para mi, puro ruido todo lo que sale de sus bocas.
No obstante en alguna ocasión he sido capaz de salir de mi misma y hablar a los otros de lo que veo, como por ejemplo en el caso de la vieja  casa.

Hace años en mi ciudad natal, en verano, al regresar de la playa mi padre siempre tomaba el mismo camino para llegar a casa, mientras posaba mi mirada soñolienta entre el tráfico,con la sensación en la piel de salitre, especialmente sensible por el sol, y ese calor que abrumaba dentro del coche,observaba gente, coches, edificios, pero siempre mis ojos se dejaban caer más allá de la indiferencia en la casa misteriosa, así la llamaba yo, bueno mejor decir que así la “pensaba” porque aún no había hablado con nadie de ella.
 
Era un palacete que se había quedado aislado entre edificios altos y más contemporáneos, tenía ventanas tristes de madera, una torrecilla acabada en punta y desde luego necesitaba con urgencia una buena pintura.
 
En aquel tiempo el nombre de las calles era algo ajeno a mi, solo sabía que la casa misteriosa estaba en el camino de la playa y año tras año fui aprendiendo las pistas para detectar cuando debía prestar atención porque en unos segundos se presentaría delante de mí con su majestuosa tristeza y abandono, ofreciéndole toda mi admiración silenciosa.
Años después, rompí ese silencio y les hice partícipes a mis padres de la casa, tenía algo de miedo de compartir esta relación tan especial que habíamos mantenido en secreto la vieja casa y yo, llegué a pensar a veces que solo yo podía verla.
 
Ellos quedaron sorprendidos porque confesaron que nunca habían reparado en ella.Creo que se sintieron un poco avergonzados por ello,ambos aman su ciudad y son muy sensibles a sus lugares hermosos,peculiares o emblemáticos.El hecho de que se les escapara aquella casa no les hizo sentir bien,porque a pesar de su abandono era evidente que era hermosa y enigmática.
 
Podría asegurar que desde ese dia para ellos también fue un lugar donde posar la vista,a partir de ese momento, juntos observábamos la vieja casa, como alguien la compró y la pintó devolviéndole su dignidad de nuevo y fui feliz de ver que no solo yo era testigo de esos cambios.
 
A pesar de lo positivo que fue para mi compartir esta experiencia, ya no lo he vuelto a hacer, quizá porque las cosas que observo en mis nuevos caminos rutinarios que se han ido sucediendo y cambiando a lo largo del tiempo, no me han inspirado esa sensación de misterio y complicidad, o quizá con el devenir de los años, esta manera de observar el mundo se convirtió en algo muy íntimo.
 
En cualquier caso siempre estoy al acecho de algo que me conmueva, algo que haga que mi mirada le de sentido a aquello que observo

.