El Ñu, antílope, león o cualquier mámifero africano, que veo en los documentales de la televisión, y no entre rejas porque no me gusta, y no en su medio porque no tengo presupuesto para ello; me hacen recordar en muchas ocasiones algunas tardes ociosas en que mi querido amigo de la infancia y yo poníamos sobre nuestras párvulas rodillas ese gran libro de fotografías de animales africanos.
Después de la merienda, hombro con hombro, nuestra imaginación viajaba hacia esas lejanas tierras de africa, nos nos limitabamos a mirar, hablabamos sobre las mil aventuras que allí viviríamos.
Ese niño de ojos limpios y yo creamos un vinculo profundo en aquellos años de infancia, una de las amistades más puras que he tenido.
En su despejado cuarto organizabamos nuestra imaginación y la poníamos al servicio de nuestras necesidades que no eran otras que ser los más grandes aventureros, los más valientes, los más inteligentes, como no.
He de decir que no eramos ni él ni yo unos niños de “libro”, yo no era la típica niña que solo piensa en ser mamá y casarse, practicando en el juego esos papeles, él no era un niño que entraba del recreo sudoroso por jugar al fútbol.
Ambos tuvimos que crear nuestro propio mundo de magia porque no pertenecíamos al mundo de los otros niños, y curiosamente estas dos almas se unieron en un momento de sus vidas importante.
Fue mi primer amigo, al que seguramente le conté cosas que no compartí con nadie en ese instante de mi vida, yo fui su mejor amiga, que escuchaba como ese niño creció teniendo la sensación de que le faltaba una mitad, mitad que él pensaba necesitaba para luchar mejor con sus miedos,mitad que por desgracia no pudo crecer a su lado ni reflejarse como un espejo ante él.
Ambos eramos niños tímidos y no de muchos amigos, así que pienso que volcamos todo ese afecto el uno en el otro y así fue durante mucho tiempo.
Después llegaron las hormonas que todo lo trastocan, y contaminaron mi mente quitándome las ganas de jugar, ya nada me divertía como antes, la vida nos fue separando aunque de lejos siempre nos preocupamos el uno del otro, y siempre nos hemos alegrado de las alegrías de la vida del otro.
Cuando lo veo , miro a un adulto que no conozco supongo que a él le ocurre lo mismo, y me da tristeza, pero dura poco, porque veo los mismos ojos limpios de siempre cuando me mira.