Mister Donuts es una cadena americana asentada en la ciudad, el menú integra dulces americanos y platillos típicos del país.
La clientela se va transformando según los días de la semana. Los domingos por la mañana son protagonistas grupos de familias, que llegan para degustar un sabroso desayuno típico de estas tierras. Las tardes en que se trabaja los dueños del lugar son grupos de ancianos que se reúnen allí a tomar un café.
Aquella tarde habíamos acudido allí para encontrarnos con Guillermo, tenía que darnos unos papeles que habían viajado mucho.
Mientras le esperábamos no pude evitar llevar mi mirada a una Dama misteriosa que se sentó frente a mi.
Su edad era avanzada, quizá unos 80 años, eso hacía más singular su aspecto. Vestía pantalones negros y unas deportivas negras con franjas blancas, llevaba una blusa roja con motivos asiáticos y de complemento una pulsera roja de plástico. El cabello blanco estaba todo enmarañado, el corte era peculiar, corto por delante y largo por detrás, pero muy descuidado, incluso sucio.
Su perfil de pómulos salientes y redondeados estaba enmarcado por unos coloretes y por la luz de la ventana.
Sus manos retorcidas por el tiempo cogían la taza de café con pulso tembloroso. Observaba el mundo a través de la ventana y yo le observaba a ella de forma descarada, con la tranquilidad que da el anonimato.
Al verla allí sola, comiendo su tortita con el café, me pregunté que tipo de mujer era aquella, porqué vestía de esa forma peculiar para su edad, que hacía allí, no parecía esperar nada, tan solo miraba pasar el tiempo.
Empecé a pensar que tras esa piel gastada había una gran historia, pero ya nadie tenía interés en escucharla, sola estaba ella con sus pensamientos, sus recuerdos quizás y sus tristezas.
Pensé que hay almas que no encajan en ningún lugar, esto se hace patente al principio y al final de la vida, cuando uno puede ser quien es a pesar de las consecuencias.
Después llega la edad de “merecer” y se hace un esfuerzo por incorporarse al mundo, por pertenecer a la vida de alguien, pero surgen problemas, sales de una relación tras otra, tienes hijos, te refugias en ellos al principio cuando te necesitan, pero no hablan tu mismo lenguaje, se van, y te encuentras tras una ventana, viendo pasar la tarde, viendo como cae la lluvia tropical, sin ganas de llegar a casa porque lo mismo da dónde estés, solo estas tú.
Dejamos que amainara la lluvia tropical mientras hablábamos de cualquier cosa, tuvimos que irnos claro, y ella seguía allí mirando tras la ventana, con los restos de su café, sus manos de cartón dañado y su bolsa de plástico negra a modo de bolso.
Su soledad me acompañó todo el trayecto a casa, y allí se quedó, hasta transformarse en este relato.
La clientela se va transformando según los días de la semana. Los domingos por la mañana son protagonistas grupos de familias, que llegan para degustar un sabroso desayuno típico de estas tierras. Las tardes en que se trabaja los dueños del lugar son grupos de ancianos que se reúnen allí a tomar un café.
Aquella tarde habíamos acudido allí para encontrarnos con Guillermo, tenía que darnos unos papeles que habían viajado mucho.
Mientras le esperábamos no pude evitar llevar mi mirada a una Dama misteriosa que se sentó frente a mi.
Su edad era avanzada, quizá unos 80 años, eso hacía más singular su aspecto. Vestía pantalones negros y unas deportivas negras con franjas blancas, llevaba una blusa roja con motivos asiáticos y de complemento una pulsera roja de plástico. El cabello blanco estaba todo enmarañado, el corte era peculiar, corto por delante y largo por detrás, pero muy descuidado, incluso sucio.
Su perfil de pómulos salientes y redondeados estaba enmarcado por unos coloretes y por la luz de la ventana.
Sus manos retorcidas por el tiempo cogían la taza de café con pulso tembloroso. Observaba el mundo a través de la ventana y yo le observaba a ella de forma descarada, con la tranquilidad que da el anonimato.
Al verla allí sola, comiendo su tortita con el café, me pregunté que tipo de mujer era aquella, porqué vestía de esa forma peculiar para su edad, que hacía allí, no parecía esperar nada, tan solo miraba pasar el tiempo.
Empecé a pensar que tras esa piel gastada había una gran historia, pero ya nadie tenía interés en escucharla, sola estaba ella con sus pensamientos, sus recuerdos quizás y sus tristezas.
Pensé que hay almas que no encajan en ningún lugar, esto se hace patente al principio y al final de la vida, cuando uno puede ser quien es a pesar de las consecuencias.
Después llega la edad de “merecer” y se hace un esfuerzo por incorporarse al mundo, por pertenecer a la vida de alguien, pero surgen problemas, sales de una relación tras otra, tienes hijos, te refugias en ellos al principio cuando te necesitan, pero no hablan tu mismo lenguaje, se van, y te encuentras tras una ventana, viendo pasar la tarde, viendo como cae la lluvia tropical, sin ganas de llegar a casa porque lo mismo da dónde estés, solo estas tú.
Dejamos que amainara la lluvia tropical mientras hablábamos de cualquier cosa, tuvimos que irnos claro, y ella seguía allí mirando tras la ventana, con los restos de su café, sus manos de cartón dañado y su bolsa de plástico negra a modo de bolso.
Su soledad me acompañó todo el trayecto a casa, y allí se quedó, hasta transformarse en este relato.